Si la historia es una disciplina cultivada teórica y metodológicamente en temporalidades distintas, eminentemente subjetiva, alimentada por juicios de los sujetos en el tiempo presente, con una tradición metódica a base de narrativas y con deseos de incidir en la construcción de la sociedad a la que aspiramos; entonces, ¿por qué seguimos –como dice Michell de Certeau (González, 2013)- rescatando muertos, obteniendo lo que necesitamos de ellos y los volvemos a meter en su tumba una vez cubiertos los objetivos que nos llevaron a removerlos?