encuentran surcadas. Presentan ramas que en su mayoría están divididas y extendidas
horizontalmente con una corteza amarillenta o naranja con cicatrices grises y espinas delgadas en
forma de agujas de 10 a 25 mm de largo, delgadas y ascendentes. Presenta un período de floración
sólo en temporadas de lluvia peninsular (julio y marzo), lo que también permite la generación de
hojas y brotes que son frecuentemente consumidos por la fauna silvestre de la zona (Johansen, 1936;
Gorelick, 2008). Producen hojas y quizás flores una vez cada uno o dos años, estas hojas son de
aproximadamente de 10 a 18 mm de largo por 3 a 6 mm de ancho, elípticas, agudas en el ápice,
cuneadas en la base. Se parecen mucho a F. diguetii con la diferencia de que F. burragei suelen ser en
su mayoría color blanco (Figura 4 A) con pétalos exteriores rosas con numerosos estambres (15 a 23)
que permiten una polinización efectiva por parte de los colibríes (Martinez, 1945). Los tallos de las
flores a menudo aparecen en la base de las infrutescencias del año anterior, por lo que son
clasificadas como parcialmente paniculadas. Asimismo, la variación de color en F. burragei, no parece
tener un origen geográfico preciso, ya que no se han reportado subespecies o variedades (Davis,
2011). Se ha establecido que esta especie surgió como un híbrido entre F. diguetii y F. splendens, que
es la única especie diploide actualmente en la península, además de la posible explicación del color
de sus flores (Gorelick, 2011).
F. columnaris: Antes perteneciente al género Idria (Bashan et al., 2007) y actualmente perteneciente
al clado suculento temprano de la familia Fouquieriaceae. Las plantas maduras miden comúnmente
14 m y pueden consistir en un solo tronco central ramificado con varias bifurcaciones (Figura 2 B).
Como se mencionó anteriormente, todas las especies son consideradas plantas C3 modificadas, esto
porque en condiciones secas, el agua almacenada está protegida de la demanda evaporativa por su
corteza (Franco-Vizcaino et al., 1990; Franco-Vizcaino, 1994) y su fuerte control sobre las estomas
(Gartner, 1995). Es debido a esto que, durante las sequías, la turgencia disminuye y los troncos
centrales o laterales pueden colapsar y doblarse hacia abajo. Por otro lado, se ha discutido que el
Cirio, ha evolucionado para almacenar agua como si fuese un cactus (a pesar de que no es un cactus
verdadero), pero cuando la humedad relativa es óptima, pueden producir hojas verdes abundantes
y desplazar su metabolismo como las plantas de hoja normal (planta C3) facilitando almacenar la
mayor parte del CO2 respiratorio durante este período, permitiéndole sobrevivir por varios meses
en condiciones ambientales extremas (Mc Auliffe 1991; Escoto-Rodríguez y Bullock, 2002). Presenta
un tronco central cónico, ahusado y suculento que le permite la reserva de agua. De acuerdo con su
morfología, este tronco es grueso, de color verde amarillento y de apariencia casi prehistórica
(Humphrey, 1935). Comúnmente presentan un diámetro basal de 30 a 60 cm y una altura de 8 a 12
m (Bullock et al., 2005) los cuales, en su mayoría suelen ser erectos, dividiéndose muy a menudo en
2 tallos con pequeñas ramas espinosas a lo largo de éste. Conforme pasan los años de crecimiento,
las ramas inferiores desaparecen dejando únicamente las superiores, dándole una forma como de
cirio encendido cuando entra en estado de floración (Humphrey, 1935). Este tronco está compuesto
por una capa fina y continua de corcho, una corteza bastante gruesa, floema, un xilema ancho,
mayoritariamente parenquimatoso, además de una cantidad relativamente pequeña de médula. Esta
corteza está constituida de una vaina externa de grupos de células empaquetadas y una región
parenquimatosa delgada que permite el intercambio de gases y el almacenamiento de agua (Nedoff
et al., 1985). Aproximadamente el 50% de la luz incidente es transmitida a través de esta corteza
translúcida, permitiéndole activar los procesos fotosintéticos sin la necesidad de hojas, sin embargo,
en épocas de follaje, la asimilación exógena de CO2 en F. columnaris no ocurre en el tallo, sino más
bien en las hojas (Franco-Vizcaino et al., 1990). Este ciclo puede repetirse siete u ocho veces durante
el transcurso de un solo año y dependerá de las condiciones climatológicas de la zona (Humphrey,