tanto elementos cognitivos como afectivos; asimismo, incluyen conocimientos, creencias, actitudes,
valores, estereotipos, imágenes y emociones que las personas tienen acerca de ciertos temas o dominios
de la realidad social que tienen un impacto en la forma en que las personas piensan, sienten y actúan, e
influyen en sus percepciones, decisiones y comportamientos. Al respecto, Moscovici (1979), señala que
“su característica es la producción de comportamientos y de relaciones con el medio, es una acción que
modifica a ambos y no una reproducción de estos comportamientos o de estas relaciones, ni una reacción
a un mundo exterior” (p. 33).
Al respecto Moscovici, (2000) señala que:
las representaciones sociales deben verse como una forma específica de comprender y comunicar
lo que ya sabemos (...) ocupan una posición curiosa, en algún lugar entre los conceptos, que tienen
como objetivo abstraer el significado del mundo e introducir en él, y las percepciones, que
reproducen el mundo de una manera significativa. (p. 31)
Según lo anterior, en la vida cotidiana de las personas contribuyen a organizar y comprender el
mundo social al permitirles dar sentido a la realidad que les rodea.
En este mismo tenor, la noción de representación social nos sitúa en el punto donde se intersectan
lo psicológico y lo social. Antes que nada, concierne a la manera cómo nosotros, sujetos sociales,
aprehendemos los acontecimientos de la vida diaria, las características de nuestro medio
ambiente, las informaciones que en él circulan, a las personas de nuestro entorno próximo o
lejano. En pocas palabras, el conocimiento «espontáneo», «ingenuo» que tanto interesa en la
actualidad a las ciencias sociales, ese que habitualmente se denomina conocimiento de sentido
común, o bien pensamiento natural, por oposición al pensamiento científico. Este conocimiento
se constituye a partir de nuestras experiencias, pero también de las informaciones,
conocimientos, y modelos de pensamiento que recibimos y transmitimos a través de la tradición,
la educación y la comunicación social. (Jodelet, 1986, p. 473)
Acorde con lo anterior, las representaciones sociales y la identidad están estrechamente
entrelazadas en la psicología social, formando una red compleja de interacciones que influyen en la forma
en que las personas perciben y participan en el mundo social que las rodea.
La intersección entre la identidad docente y las representaciones sociales constituye un campo de
investigación y reflexión en la educación que abarca una diversidad de dimensiones profundas y amplias.
En este contexto, la identidad docente se configura como un constructo multifacético que va más allá de
una mera amalgama de roles y funciones profesionales. Se trata de una construcción dinámica y en
constante evolución que se teje a partir de experiencias personales, valores arraigados, creencias
pedagógicas, y la interacción con entornos educativos específicos.
Las representaciones sociales, al ser formas compartidas de conocimiento, contribuyen
significativamente a la construcción de la identidad docente. Estas representaciones incluyen creencias,
valores y símbolos que los miembros de un grupo o sociedad utilizan para dar sentido a su entorno y a la
vez, a sus acciones. En este proceso, se establecen categorías que sirven como base para la identificación
grupal. Las representaciones sociales, por lo tanto, ofrecen marcos de referencia compartidos que
influyen en cómo los maestros se ven a sí mismos en relación con los demás sujetos con los que convive
al interior del contexto educativo.
La identidad docente, por ende, no es un ente aislado; está intrínsecamente vinculada a las
representaciones sociales que la sociedad en su conjunto posee acerca de la enseñanza, el aprendizaje, y
el papel del educador en el entramado social. La identidad social se nutre de estas representaciones
compartidas. La conformidad a las representaciones sociales del grupo refuerza la cohesión grupal y
fortalece la identidad. Este tejido interconectado se manifiesta en la manera en que los profesores
interpretan y asimilan las expectativas sociales, moldeando así sus propias percepciones sobre su función
y propósito en el ámbito educativo.